Empty Rooms
2024
Todos los años visito el Metropolitan Museum of Art de Nueva York. Desde niña, camino con el mismo asombro por sus amplias galerías clásicas donde me esperan las grandes obras. En una de mis visitas encontré con algo insólito: unas cuantas salas desocupadas, paredes desiertas y bancas vacías. Seguí el fuerte impulso de registrar esta circunstancia que no era más que un cambio de exposición, quizás un día o dos antes del montaje de la siguiente.
Al volver a Lima decidí intervenir las fotografías con imágenes de mi archivo familiar. Mis fantasmas del pasado ahora comenzaron a cobrar vida nueva en las paredes de las salas vacías del Metropolitan. Fue difícil imaginar lo que sucedería con el mundo apenas un mes después de finalizar mi serie: Empty Rooms, cuando una cuarentena por la pandemia del Coronavirus creó una atmosfera vacía similar en las que inserté mis imágenes. A través de este trabajo los únicos que habitaban el museo, por un tiempo, eran los personajes que vivían sobre sus paredes y dentro de mi historia familiar.
Hoy la sensación de apropiación del espacio cultural, que, de alguna manera, nos pertenece a todos, Empty Rooms sigue teniendo la misma intención, valor y fantasía de poder hacerlo.
Anamaría McCarthy
Anamaría McCarthy y Los Fantasmas del Pasado
A lo largo de su itinerario fotográfico, Anamaría McCarthy se ha empeñado en cristalizar una mirada introspectiva, lo que le otorga un sello muy personal a su obra. A diferencia de otros fotógrafos que buscan registrar lo que observan en torno suyo, ya sea la naturaleza o el entorno urbano, el comportamiento del individuo o de los grupos sociales ante diversas circunstancias del acontecer cotidiano, ella se fue decantando por una indagación más íntima que derivó en una autoexploración. Tanto así que transitó de una fotografía basada en sugerentes composiciones visuales con la participación de modelos a concentrarse en auscultar su propio cuerpo. Sin embargo, su opción por el autorretrato, que la llevó a desnudarse frente a su cámara, trascendía el propósito de recrear la sensualidad inherente a las formas femeninas. Más bien, era una suerte de desvelamiento que obedecía a una intensa confrontación con ella misma y que ha dado origen a un variado conjunto de asedios fotográficos que, partiendo de la contemplación de la realidad exterior, intentan penetrar en los entresijos del alma.
En consecuencia, McCarthy ha incursionado en una vertiente de carácter autobiográfico, en la que la memoria y el rescate del pasado motivan una singular propuesta fotográfica. Tiempo atrás ya habíamos notado esta inclinación cuando concibió una imagen que mostraba en primer plano su rostro, en el cual aparecían sobreimpresas fotografías de su padre y su madre. La inclusión de un velo muy delgado que envolvía a los tres personajes reforzaba la carga nostálgica del autorretrato, donde la mirada de la autora y sus manos que oprimían sus mejillas reiteraban la añoranza de esos padres que seguían viviendo dentro de ella. Es posible que esta fotografía fuera el punto de partida de una búsqueda en el archivo familiar y el hallazgo de imágenes que traían de vuelta un pasado confinado en el recuerdo. Pero ¿qué hacer con este material tan rico y significativo? ¿Cómo utilizarlo de una manera imaginativa para regenerarlo e incorporarlo al presente? McCarthy tuvo la feliz idea de recuperar esas imágenes en blanco y negro, valiéndose del recurso de pintar encima de ellas. Si en la historia del arte fotográfico ya se había empleado la técnica de colorear, esta tentativa iba mucho más allá, pues de lo que se trataba era de iluminar una escena de otrora, amalgamando fotografía y pintura en igual medida. El resultado es un híbrido con resonancias expresivas insospechadas y que ha abierto un nuevo camino para nuestra artista. Las obras que ha venido realizando integran la notable serie titulada Nostalgia, la misma que ha sido expuesta recientemente.
Ahora, McCarthy nos sorprende con otra veta afín, donde el archivo familiar continúa jugando un rol esencial, aunque con un giro diferente. En una oportunidad en que visitaba, como suele hacerlo todos los años, el Metropolitan Museum of Art de Nueva York, se encontró con unas salas vacías. Este era un escenario extraño para ella, que estaba acostumbrada a ver sus paredes cubiertas con obras pictóricas de los grandes maestros. Si bien ello podía deberse a alguna refacción o simple cierre de exposición, se sintió intrigada y no pudo sustraerse al impulso de fotografiar esos ámbitos desiertos que parecían contrarios a su función habitual. Obviamente, en aquel momento, no sabía que aquellas tomas producto del azar le servirían en el futuro para emprender otra aventura creativa.
¡Qué mejor ambiente que unas galerías vacías de un museo para albergar a los fantasmas del pasado! En ese sentido, McCarthy se planteó algo quimérico y que solo la magia de la fotografía y los adelantos tecnológicos harían viable: exhibir su genealogía en un museo (pero no cualquiera, sino nada menos que el Metropolitan, que había sido clave en su formación estética desde temprana edad). Este trabajo que hoy comparte con nosotros es una retrospectiva fotográfica familiar que, en lugar de estar dentro de las cubiertas de un álbum, aparece estampada en las paredes de dicha pinacoteca. Gracias a un procedimiento virtual, las fotografías invaden las estancias y se extienden por los muros desnudos, como si fueran apariciones sobrenaturales que aprovechan el entorno vacío para apoderarse de él y dar la ilusión de lo real.
Según McCarthy, más que intervenciones, son apropiaciones (que nosotros preferiríamos llamar asimilaciones, dada la sensibilidad y sutileza con que aborda esas huellas del pasado, las coincidencias entre su mirada y la de quienes captaron las fotografías, a tal punto que acaba aprehendiendo las imágenes y haciéndolas suyas). Por lo demás, resulta admirable su capacidad para orquestar una secuencia armónica que revisita la historia de su familia, una narrativa visual que permite suscitar la empatía del espectador. Resalta en especial la elección de un autorretrato del abuelo sosteniendo una cámara –quizá una Hasselblad–, lo que revela una afición por la fotografía que su nieta no conocía y que prefigura de algún modo su vocación. Asimismo, el retrato de la abuela tendida sobre la hierba en una pose soñadora tiene su correlato en aquella fotografía que, muchas décadas después, McCarthy se haría con una actitud pensativa, “soñando despierta”. Son vasos comunicantes que acreditan su talento para conjugar intuición con reflexión, cualidad que distingue su peculiar acercamiento al oficio.
Su visión de un tiempo pretérito en el seno de una familia norteamericana del siglo XX incide en la captura de una sucesión de momentos dichosos, desde las vivencias a orillas del mar hasta las celebraciones de cumpleaños o del aniversario patrio del 4 de Julio. Hay una entrañable fotografía en la que madre e hija se miran con una ternura desbordante. Los vestigios de época se advierten en la indumentaria o en los automóviles clásicos, aunque a menudo bastan las expresiones de los retratados para transmitir sensaciones evocativas. Lo curioso es que algunas vistas nos dan la impresión de remontarse a periodos incluso más lejanos, como aquella del padre y los hijos en el campo, divirtiéndose al borde de un estanque, situación que nos trae reminiscencias de aquellas travesuras de los personajes de Mark Twain en un marco rural. Evidentemente, existe un imaginario histórico, social y cultural en el que se inscribe su linaje y que McCarthy ha sabido dejar implícito en su remembranza. Después de todo, aun cuando su intención primordial haya sido rastrear sus antecedentes personales, su esfuerzo no carece de un valor documental.
Con todo, lo que distingue esta iniciativa creativa de Anamaría McCarthy tan fuera de lo común es que el afán por recobrar a los fantasmas del pasado responde a una cosmovisión contemporánea y al uso de una técnica mixta en la que predomina el proceso digital. La inserción de fotografías del legado familiar en un contexto actual –como el que representa el Metropolitan– supone una ruptura de la dimensión espacio-temporal y el acceso a una esfera insólita, donde desaparecen las barreras entre lo real y lo irreal. Interpretación que es corroborada por aquella imagen que, mediante un juego óptico, parece repetirse hasta el infinito.
La fotografía con que culmina la serie no puede ser más reveladora. Nos muestra un muro horadado del museo. A través del agujero se vislumbran el mar y unas islas que no tardamos en reconocer como nuestros: es un panorama del Pacífico sur que la artista contempla con frecuencia. La recreación visual adquiere pleno sentido cuando nos percatamos de que McCarthy está aludiendo a sus raíces peruanas y a la vida futura que le esperaba entre nosotros, en la tierra de su madre, luego de una infancia y adolescencia en Estados Unidos, el país de su padre. Sin duda, la imagen señala el fin de la primera etapa de su trayecto vital y la apertura de una salida hacia un mundo nuevo.
El viaje al pasado ha terminado, la fotógrafa ha conjurado la nostalgia y ahora puede mirar hacia adelante.
Guillermo Niño de Guzmán